“Hay que vivir la vida con la vida que quiere vivir”
- REDMAC
- 24 ago 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 27 ago 2019
Esta frase insignia caracteriza al amante de la agroecología y la naturaleza, aquel que es consciente de producir para la vida.
Por Disney Rodríguez Parra

Una mañana cotidiana en el campo se escucha el cantar de las guacharacas, que crean una sinfonía con los carpinteros que tocan el árbol en busca de su primera comida, que puede ser una hormiga o quizás una chiza que, al sonido del toque toque del picoteo del carpintero, sale abrumado sin saber que es su última acción, porque una vez que es cenado ha cumplido su ciclo en el paso por la naturaleza.
El caminar ese entorno natural vislumbra un entramado de relaciones vivas imposibles de no percibir como el ruido que produce el vuelo de una abeja cargada energéticamente en las flores tomando néctar y polen para el sustento de su familia y fertilizando los campos coloridos de flores, llenos de aromas y formas diversas como la vida misma, lo que permite maravillarse al mirar el suelo, descubriendo lo invisible en lo posible, como los micelios de hongos que dejan ver cómo la tierra se forma por su existencia.
Al ingresar al bosque, que es la imagen clara y detallada de diversidad y ayuda mutua, se observa la perpetuidad de cada especie. Así, entre árboles inmensos y plantas casi microscópicas, volubles con hojas grandes y plantas con espinas, entre las bacterias y mamíferos enormes, entre los que pican y causan miedo, entre los que causan repudio y sentimientos de ternura, se sale de ese mundo maravilloso, con asombro, reconociendo un mismo espacio en el que se convive en mutualidad y se cuida del otro.
Se precisa cómo el conejo come un sinnúmero de especies vegetales que se han desarrollado gracias a la fertilidad del suelo, que ha recibido las excretas de su amigo el conejo, generando así una relación en la que el campo alimenta al conejo y el conejo fertiliza el campo.
También se puede percibir cómo un árbol es la casa de microorganismos que descomponen sus hojas ya caídas, volviéndolas alimento para el árbol; o cómo el árbol alimenta aves que dispersan sus semillas evitando su extinción.
En todos esos entramados de relaciones, entre la inmensa e infinita diversidad, funcionan los sistemas de producción agroecológicos, permitiendo el aflore de la vida en su máxima expresión, la vida que quiero vivir.
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